Hay entrenadores que llegan a Primera con un discurso aprendido y otros que llegan con una convicción. Sergio Francisco pertenece a los segundos. Su ascenso a la élite no parece fruto de la casualidad ni del empujón de una racha puntual. Es el resultado de un tipo que ha trabajado desde abajo, que se ha curtido en campos sin focos, que ha aprendido a gestionar vestuarios con más ilusión que fútbol y que, cuando por fin le llegó la oportunidad, no se encogió. Hay técnicos que alcanzan Primera como si tocaran un techo, y otros que lo rompen. Sergio es de estos últimos.
Su frase, esa de que la Real Sociedad “rompió techos de cristalâ€�, explica mejor que cualquier análisis lo que está ocurriendo. No habla solo del equipo, aunque el equipo también lo necesitaba: esa liberación que se vio en El Sadar, esa sensación de quitarse un peso de encima, ese crecer desde la victoria habla también de él. Y habla tan bien de él. De cómo ha sido capaz de darle la vuelta a todo en su primer año, de integrar fichajes que llegaron tarde, de construir competitividad sin excusas, de lograr que el grupo compita con madurez y personalidad incluso en escenarios que antes se hacÃan cuesta arriba.
Sergio Francisco también ha roto su propio techo de cristal, ese que limita a tantos entrenadores de perfil humilde que, con idéntico trabajo y talento, nunca llegan a la élite. Él sà ha llegado. Y no solo ha llegado: está dejando una huella propia. Su equipo transmite, crece, se adapta, se rebela. Y él, desde una serenidad que no es pasiva, sino convicción pura, se ha ganado un sitio. Quizá por eso sus palabras pesan. Porque cuando habla del techo que ha roto la Real, habla del suyo. Y los dos, ahora, están un poco más arriba.

